Luces azules encienden el barrio

admin | Jan. 5, 2024, 4:57 a.m.

En un pequeño barrio al borde de la ciudad, donde las calles eran más tranquilas y los días pasaban sin prisa, había una tradición especial que unía a sus habitantes: cada año, al llegar el invierno, las familias decoraban sus casas con luces azules. Esta tradición comenzó hace muchos años, cuando un viejo pescador, conocido por todos como Don Ernesto, trajo del mar una serie de luces azules que brillaban con el reflejo del océano. Las colgó en su ventana, y desde entonces, cada invierno, las luces azules iluminaban su hogar, recordándole el brillo de las olas en las noches de luna llena. Con el paso del tiempo, otros vecinos comenzaron a imitar a Don Ernesto. Decían que las luces azules traían paz y recordaban la importancia de la calma y la serenidad en la vida. Así, año tras año, al acercarse el invierno, las casas del barrio empezaban a iluminarse con pequeñas luces azules, creando un efecto mágico y tranquilizador. En este barrio vivía una niña llamada Lucía, quien esperaba con ansias la temporada de las luces azules. Para ella, esas luces no solo eran hermosas, sino que también tenían un poder especial: creía que podían conceder deseos. Cada año, Lucía escribía un deseo en un papel y lo colgaba en el árbol de su jardín, rodeado de luces azules. Una noche, mientras Lucía observaba las luces desde su ventana, notó que algo extraño sucedía: una de las luces comenzó a parpadear y, de repente, se desprendió, flotando en el aire. Lucía, impulsada por la curiosidad y la magia del momento, decidió seguirla. La luz azul la guió por las calles del barrio, serpenteando entre las casas decoradas hasta llegar al viejo muelle. Allí, la luz se detuvo sobre el agua, brillando intensamente. Lucía se acercó y vio que la luz se reflejaba en el mar, creando un camino luminoso. Siguiendo el camino, vio a lo lejos una pequeña embarcación, y en ella, la figura de Don Ernesto, sonriendo y saludando. Don Ernesto le explicó que las luces azules eran un recordatorio de que siempre hay luz incluso en los días más oscuros y que cada luz era un sueño, una esperanza que se mantenía viva en el corazón de los habitantes del barrio. Le dijo que su deseo ya estaba en camino de hacerse realidad, porque lo más importante era creer. Lucía regresó a su casa con el corazón lleno de alegría y esperanza. Al mirar el cielo, notó cómo todas las luces azules del barrio parecían brillar aún más fuerte, como si estuvieran celebrando la magia de los sueños y la unión de la comunidad. Desde esa noche, cada vez que Lucía miraba las luces azules, recordaba las palabras de Don Ernesto y sabía que, en su pequeño barrio, cada luz era un sueño compartido, una promesa de esperanza y serenidad. Y así, las luces azules seguían encendiendo el barrio, año tras año, manteniendo viva la magia de la comunidad.