El Diablo preguntó por mi alma, pero yo no se la vendí

admin | Jan. 2, 2024, 5:15 a.m.

Me encontraba sentado en el viejo sillón de mi abuelo, ese que rechinaba con cada movimiento, sumergido en la penumbra de una habitación apenas iluminada por la tenue luz de una lámpara de aceite. El viento aullaba fuera, golpeando las ventanas con furia, como si quisiera irrumpir en mi solitaria morada. En esos momentos de soledad, mis pensamientos solían divagar por caminos oscuros y sinuosos. Sin embargo, esa noche, mi reflexión fue interrumpida por una visita inesperada. La puerta se abrió con un chirrido que resonó a través de las paredes, anunciando la llegada de un extraño. A pesar de la oscuridad, pude discernir su figura: alta, delgada, envuelta en un abrigo largo y negro que parecía absorber la poca luz de la habitación. Su rostro estaba oculto bajo la sombra de un sombrero de ala ancha, pero sus ojos... esos ojos ardían con un fuego inconfundible. Eran como dos brasas en la oscuridad, hipnóticos y terroríficos al mismo tiempo. "¿Quién eres?", pregunté con una voz que intentaba ocultar el temblor que sentía. "Algunos me llaman El Diablo", respondió con una voz suave, casi melodiosa, que contrastaba con la malignidad que sus palabras implicaban. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Había escuchado historias, leyendas sobre seres que venían en la noche a ofrecer tratos a los mortales. Nunca creí en esas fábulas, hasta ese momento. "Has despertado mi interés", continuó, avanzando hacia mí con pasos silenciosos. "He venido a proponerte un trato. Tu alma a cambio de lo que más desees." Su propuesta resonó en la habitación, colgando en el aire como un miasma tóxico. La idea de vender mi alma, la esencia misma de mi ser, a cambio de deseos terrenales era repugnante. Y sin embargo, una parte de mí se preguntaba qué podría desear tanto como para considerar tan nefasto trato. Observé al ser frente a mí, sopesando sus palabras. "¿Y qué podrías ofrecerme que valga mi alma?", pregunté con desdén. El Diablo sonrió, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. "Poder, riquezas, amor, conocimiento... lo que tu corazón anhele." Pensé en todas las cosas que había deseado a lo largo de mi vida. Poder para cambiar el mundo, riquezas para vivir sin preocupaciones, amor para llenar el vacío en mi corazón. Pero, ¿valían realmente mi alma? "No", dije finalmente, con una voz firme que sorprendió incluso a mí mismo. "No hay nada en este mundo, ni en ningún otro, que valga la esencia de lo que soy. Mi alma es mía, y no hay riqueza en el universo que pueda pagar su valor." El Diablo me observó, primero con sorpresa y luego con un respeto retorcido. "Eres uno de los pocos que ha rechazado mi oferta", dijo. "Pero recuerda, estaré siempre al acecho, esperando el momento en que cambies de opinión." Con esas palabras, se desvaneció en las sombras, dejándome solo una vez más en mi habitación. El silencio era ahora más profundo, la oscuridad más densa. Pero dentro de mí, había una luz que no había estado antes, el resplandor de saber que había enfrentado a la tentación y había prevalecido. En los días que siguieron, a menudo reflexioné sobre esa noche. ¿Fue real o solo un sueño febril? No lo sé. Pero lo que sí sé es que cada uno de nosotros tiene algo invaluable, algo que no puede ser comprado ni vendido. Nuestra alma, nuestra esencia, es lo que nos hace únicos, lo que nos da fuerza en los momentos más oscuros. El Diablo preguntó por mi alma, pero yo no se la vendí. No porque no tuviera dinero para pagarla, sino porque hay cosas en la vida que son invaluables. En ese encuentro, aprendí la lección más importante: el verdadero valor no se encuentra